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Valero, Salamanca

26 d Diciembre 2009 Autor: Joaquín Berrocal Rosingana
Valero, Salamanca
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Valero.

Al sur de la provincia de Salamanca, tras las dilatadas penillanuras y las sinuosidades del umbral serrano, el río Quilama abre un profundo abismo en cuyo fondo pedernoso se halla la Villa de Valero (584 m.).

La más vieja y carcomida geografía, agreste siempre y a veces inhóspita ocupa los más de 27 kilómetros cuadrados del término municipal. Las pizarras afloran por doquier y sus tonos ocres, negruzcos o ferruginosos se adueñan del paisaje. Sobre el pétreo suelo crece un extenso matorral de jaras, brezos y discontinuos bosques de encinas. Bellos y umbrosos castañares cubren las laderas más fértiles mientras las riberas fluviales se tiñen de la verde galería de alisos y mimbres. El territorio todo aparece cuajado de los profundos zarpazos del agua, que con incisa caligrafía ha dejado el más bello dédalo erosivo de la provincia.

Pocos paisajes tan viejos, tan descarnados y bravíos; pocos sin embargo que rezumen tanta belleza; pocos donde hombre y naturaleza se hayan fundido en tan intenso abrazo .Desde los más primitivos tiempos hay constancia de asentamientos humanos en Valero y alrededores. Sobre los montes más elevados, como el Castillo Viejo o las proximidades del Hueco, se construyeron impresionantes castros, conforme a la tradición de la cultura del centro y noroeste peninsular. Sobre el Castillo, la civilización romana dejó su impronta; las Quilamas guardan leyendas sin fin acerca de los últimos suspiros del mundo visigodo y la desdichada Reina Quilama; moriscos y judíos hollaron las mismas tierras que siglos posteriores recorrerían ágiles pastores, cazadores y arrieros. Obras seculares domestican las aguas y dulcifican las vertientes creando innumerables terrazas donde cultivar la vid, el olivo o pequeños huertos. Todo parece pensado y ejecutado por sabios artesanos conocedores del medio, desde los antiguos puentes de pizarra, a los caminos empedrados, a las estéticas y aplomadas paredes, a las más viejas construcciones e incluso hasta la imaginería de su iglesia.

Que el hombre de aquí siente apego a su tierra lo corrobora el número de habitantes del núcleo y la menor pérdida porcentual respecto a otros pueblos de la Sierra; que quienes aquí viven son personas de ingenio y laboriosidad lo demuestran los miles de colmenas movilistas que en una trashumancia sin par recorren el occidente español. Esta forma de vida, clave en el momento actual, no ha supuesto sin embargo la destrucción total de las viejas fuentes de ingresos. Abandonados los lugares más inaccesibles, perviven olivares y viñedos,"paredones" de frutales y numerosos huertos dispersos. Siguen vivos "los caminos de la prehistoria" por donde transitan los animales de herradura, vivo contraste con la elevada motorización utilizada para el transporte de las colmenas.

La cultura del ocio encontrará en Valero muchas de las motivaciones de los crecientes desplazamientos: bellos paisajes de roquedo, las más impresionantes “uves” fluviales, ricos y variados bosques y matorrales, permanentes aguas, frescas, cristalinas, limpias; fauna protegida... y cuántas y cuántas obras de artesana ingeniería. Es difícil que el viajero halle caminos, sendas o calzadas de tan bella factura; pocos caminos tan serpenteantes, tan bien empedrados, tan ecológicos, tan colgados sobre el vacío......

Cualquier época es buena para la visita, desde el suave invierno, protegido de los fríos vientos del Norte, que ve la floración del almendro, del narciso o del brezo y festeja de forma tempranera, atronadora y taurina a San Valerio, hasta el tórrido verano que halla refugio en las frescas aguas; desde la primavera multicolor y perfumada, al otoño con olor a humedad, mosto de lagareta y color de bosque caducifolio

A la hora de comer es bueno disfrutar del buen cabrito y acompañarlo con ensalada y excelente aceite de la casa. El vino de pitarra, de tierra añeja y cuba con solera será el compañero de la mesa y, la rica miel, el polen, la jalea real o los especiales mantecados ampliarán los manjares del viajero.

Turista o visitante, si diriges tus pasos hacia estos pagos, disfruta del paisaje y sus gentes, saborea cuanto te rodea pero, no destruyas ni enturbies lo que la naturaleza y el hombre realizaron a lo largo de una hermanada Historia”.

Joaquín Berrocal Rosingana.
Casa Rural Fuentes de Abajo. San Esteban de la Sierra.

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